LA MASACRE DE CURUGUATY
Escribe DELIA C. RAMÍREZ (*)
Fuente
“Sin Permiso”
22 de junio 2014
(*) DELIA C. RAMÍREZ – Periodista. Becaria de
CONICET/UNSAM e integrante del Movimiento 138, colectivo de resistencia
cultural en Paraguay. “El proceso de globalización de la agricultura se
presenta de un modo muy similar en los diferentes países de América Latina…”
Los muertos siguen bien muertos, los campesinos presos, los
verdaderos responsables continúan impunes, una real investigación sigue
faltando. Las oligarquías sojera y ganadera potencian su poder bajo un manto
democrático y la hegemonía del Partido Colorado. La única diferencia radica en
los focos de resistencia que se recrean y multiplican fortaleciendo una red de
solidaridades que prolifera en el mundo. Se cumplen dos años de la Masacre de
Curuguaty ocurrida el 15 de junio de 2012 en Paraguay, cuando fueron asesinados
once campesinos y seis policías en un desalojo con importantes irregularidades
y en condiciones dudosas. En ese momento, más que la masacre en sí misma, fue
la rápida destitución del entonces presidente Fernando Lugo aquello que llamó
la atención de los medios internacionales. Después, no hubo mayor atención al
tema, más que algunas informaciones espasmódicas que llegaron desde el paisito
del sur. Hoy ya no quedan dudas: la Masacre de Curuguaty, también conocida como
la Masacre de Marina Kue, fue la primera puntada de un complejo armado mafioso
que chorrea impunidad. Curuguaty es un emblema de la injusticia social que se
origina con el problema de la tenencia y explotación de la
tierra en Paraguay.
Observando este caso, pueden apreciarse razones estructurales y coyunturales. La
extranjerización y concentración de las tierras, lo que se conoce como
acaparamiento, se viene produciendo en Paraguay durante toda su historia desde
la Guerra de la Triple Alianza, cuando se inició el modelo de enclaves
extractivos que otorga a los empresarios el predominio para el usufructo. Pero
un episodio fundamental para los problemas actuales sucedió durante la larga
dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989), cuando prácticamente él regaló a
sus socios y amigos alrededor de 8 millones de hectáreas de tierras del Estado.
Entre estas personas, se encontraban muchos colonos brasileños hoy convertidos
en señores feudales, terratenientes, conocidos como los “brasiguayos”.
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