COMPRENDER
QUE EL NEGOCIO DE LAS DROGAS
ES PARTE DE ACUMULACIÓN POR DESPOSESIÓN,
TANTO EN SU FORMA COMO EN SU CONTENIDO.
FUNCIONA COMO UNA EMPRESA CAPITALISTA
Escribe
RAÚL ZIBECHI (*)
Columnista habitual en
“La
Jornada” de México
14 de Noviembre 2014
(*)
RAÚL ZIBECHI- (Uruguay 1952) Periodista, docente, investigador y escritor Analista internacional en Red Voltaire. Logró
en 2003 Premio José Martí por sus crónicas sobre Argentina. En diversos medios
del continente y del exterior, incursiona en una visión panorámica sobre las
luchas sociales en nuestra América.
Escribe la sección internacional de “Brecha” (Uruguay).
Profesor en “Multiversidad Franciscana” de América Latina
Propongo
que dejemos de hablar de narco (narcotráfico o tráfico de drogas) como si fuera
un negocio distinto a otros que realizan las clases dominantes. Atribuir los
crímenes a los narcos contribuye a despolitizar el debate y desviar el núcleo
central que revelan los terribles hechos: la alianza entre la élite económica y
el poder militar-estatal para aplastar las resistencias populares. Lo que
llamamos
narco es parte de la élite y, como ella, no puede sino tener lazos
estrechos con los estados. La historia suele ayudar a echar luz sobre los
hechos actuales. La piratería, como práctica de saqueo y bandolerismo en el
mar, jugó un papel importante en la transición hegemónica, debilitando a
España, potencia colonial decadente, por parte de las potencias emergentes
Francia e Inglaterra. La única diferencia entre piratas y corsarios es que
éstos recibían patentes de corso, firmadas por monarcas, que legalizaban su
actuación delictiva cuando la realizaban contra barcos y poblaciones de
naciones enemigas. Las potencias disponían así de armadas adicionales y utilizaban
los servicios de los corsarios sin pagar costos políticos. Es bien conocido el
caso de Lucky Luciano, jefe de la Cosa Nostra preso en Estados Unidos. Cuando
las tropas
estadunidenses desembarcaron en Sicilia, en 1943, para combatir al
régimen de Mussolini, contaron con el apoyo activo de la mafia. El gobierno de
Estados Unidos había llegado a un acuerdo con Luciano, por el cual éste
movilizó a sus partidarios a favor de los aliados a cambio de su posterior
deportación a Italia, donde vivió el resto de su vida organizando sus negocios
ilegales. Los mafiosos eran, además, fervientes anticomunistas, por lo que
fueron usados en el combate a las fuerzas de izquierda en el mundo y como
fuerza de choque contra los sindicatos estadunidenses. La superpotencia utilizó
el negocio de las drogas en su intervención militar en el sureste de Asia, en particular
en la guerra contra Vietnam. Pero también a escala local, en el mismo periodo,
para destruir al movimiento revolucionario Panteras Negras. Colombia ha sido el
principal banco de pruebas
en el uso de las bandas criminales contra las organizaciones revolucionarias y
los sectores populares. Un informe de Americas Watch de 1990 establece que el
cártel de Medellín, dirigido por Pablo Escobar, atacaba sistemáticamente a
líderes sindicales, profesores, periodistas, defensores de los derechos humanos
y políticos de izquierda. Todo indica que la experiencia colombiana –en modo
particular, la alianza de los narcos y los demás sectores de las clases
dominantes– está siendo replicada en otros países como México y Guatemala, y
está disponible para aplicarla donde las élites globales lo crean necesario.
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