martes, 2 de diciembre de 2014

EL MUNDO DE LOS DOS PULGARES

LA VIDA DIARIA EN UN SOLO PUÑO ELECTRÓNICO. 
UN LIBRO, UNA TARJETA DE CRÉDITO, UN BOLETO.   
MEMORIA DE LA HUMANIDAD   EN LA NADA VIRTUAL.

Escribe 
SERGIO RAMÍREZ (*)  
Columnista 
en “La Jornada” de México 
30 de Noviembre 2014

(*) SERGIO RAMIREZ – (Nicaragua, Masatape, 1942), Escritor, abogado, periodista y político nicaragüense. Fue vicepresidente de su país entre 1986 y 1990 durante el mandato de Daniel Ortega. En el gobierno de Violeta Chamorro, fue legislador. Se graduó en Leyes por la Universidad Nacional Autónoma de León. En Costa Rica fundo revista “Repertorio” Integro la lucha contra el dictador Somoza, desde el FSLN.  Ha sido analista político internacional, autor de varios libros- se consagró internacionalmente en 1998 cuando ganó el Premio Alfaguara. Referente en la joven historia del continente


Siempre me ha seducido imaginar a un monje medioeval de esos que habían pasado la vida entera copiando libros a mano en el encierro de los conventos, cuando una mañana oye que se ha inventado una máquina imprimir los libros en 
decenas de copias; piensa, con susto y tristeza, que su antiguo oficio manual ya no servirá de nada en el futuro y, por tanto, sólo quedan para él el olvido y la muerte; y cuando la polilla se coma los pergaminos en los que ha trabajado toda su vida, se lo comerá también a él. Este monje, a lo mejor sólo tenía una manera de no ser comido por la polilla, y era colgar los hábitos, salir a la calle, buscar uno de los talleres donde se imprimían libros, preguntar, indagar, meterse entre los tipógrafos, aprender a componer planas con los tipos móviles de madera. Y aceptar, antes que nada, que el mundo tan antiguo en el que había vivido se hundía para siempre en las tinieblas y que él, en lugar de quedarse a ciegas, debía asumir el mundo nuevo que se abría ante sus ojos dañados de tanto

copiar. A veces me siento como ese viejo monje, confundido y desorientado en medio de la nutrida selva de invenciones,  y donde los libros, que se imprimen digitalmente o se leen en las pantallas, también digitalmente, no son más que uno de esos árboles conectados entre todos por la tecnología cibernética, igual que el cine, la música, la información, el entretenimiento, la vigilancia policial, el agua potable, la electricidad, las compras a domicilio, los juegos, los viajes aéreos, los drones, el funcionamiento de los automóviles, los trenes, los semáforos en las esquinas. La vida diaria en un solo puño electrónico. Un libro, una tarjeta de crédito, un boleto. Nuestra memoria vive en una nube, es decir, la memoria de la
humanidad archivada en la nada virtual. Lo que escribo cada día, lo que invento, lo que medito, es registrado de manera inmaterial, tanto que cuando apago la computadora mis palabras regresan a esa nada virtual, y sólo volverán delante de mí cuando yo las convoque. No necesito viajar con ellas; adonde llegue, me estarán esperando para bajar a mi desde la nube. Todo esto sería demasiado para el monje de mi historia, pero alguien como yo, que empezó tecleando en las máquinas de escribir mecánicas de cinta de seda de dos colores, creció con la radio imaginando a los personajes encarnados en las
 voces, con los telegramas que se pagaban por palabra, y con los teléfonos de manubrio, debe librar una lucha a brazo partido con ese ángel de la ultra modernidad que cambia en cada momento de figura, y al que si no logro asir en mi abrazo, al rayar el alba se alejará y me dejará derrotado; e igual que Jacob en la historia bíblica debo decirle: no te soltaré si no me bendices. Si te quedas atrás, si no entras en ese cono de luz, lo que te esperan es la oscuridad y la soledad.   

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