LA VIDA DIARIA EN UN SOLO PUÑO ELECTRÓNICO.
UN LIBRO, UNA
TARJETA DE CRÉDITO, UN BOLETO.
MEMORIA
DE LA HUMANIDAD EN LA NADA VIRTUAL.
Escribe
SERGIO RAMÍREZ (*)
Columnista
en “La Jornada” de México
30 de Noviembre
2014
(*) SERGIO RAMIREZ – (Nicaragua, Masatape, 1942), Escritor,
abogado, periodista y político nicaragüense. Fue vicepresidente de su país
entre 1986 y 1990 durante el mandato de Daniel Ortega. En el gobierno de
Violeta Chamorro, fue legislador. Se graduó en Leyes por la Universidad
Nacional Autónoma de León. En Costa Rica fundo revista “Repertorio” Integro la
lucha contra el dictador Somoza, desde el FSLN.
Ha sido analista político internacional, autor de varios libros- se
consagró internacionalmente en 1998 cuando ganó el Premio Alfaguara. Referente
en la joven historia del continente
Siempre me ha seducido imaginar a un monje medioeval de esos
que habían pasado la vida entera copiando libros a mano en el encierro de los conventos,
cuando una mañana oye que se ha inventado una máquina imprimir los libros en
decenas de copias; piensa, con susto y tristeza, que su antiguo oficio manual
ya no servirá de nada en el futuro y, por tanto, sólo quedan para él el olvido
y la muerte; y cuando la polilla se coma los pergaminos en los que ha trabajado
toda su vida, se lo comerá también a él. Este monje, a lo mejor sólo tenía una
manera de no ser comido por la polilla, y era colgar los hábitos, salir a la
calle, buscar uno de los talleres donde se imprimían libros, preguntar,
indagar, meterse entre los tipógrafos, aprender a componer planas con los tipos
móviles de madera. Y aceptar, antes que nada, que el mundo tan antiguo en el
que había vivido se hundía para siempre en las tinieblas y que él, en lugar de
quedarse a ciegas, debía asumir el mundo nuevo que se abría ante sus ojos
dañados de tanto
copiar. A veces me siento como ese viejo monje, confundido y
desorientado en medio de la nutrida selva de invenciones, y donde los libros, que se imprimen
digitalmente o se leen en las pantallas, también digitalmente, no son más que
uno de esos árboles conectados entre todos por la tecnología cibernética, igual
que el cine, la música, la información, el entretenimiento, la vigilancia
policial, el agua potable, la electricidad, las compras a domicilio, los
juegos, los viajes aéreos, los drones, el funcionamiento de los automóviles,
los trenes, los semáforos en las esquinas. La vida diaria en un solo puño
electrónico. Un libro, una tarjeta de crédito, un boleto. Nuestra memoria vive
en una nube, es decir, la memoria de la
humanidad archivada en la nada virtual.
Lo que escribo cada día, lo que invento, lo que medito, es registrado de manera
inmaterial, tanto que cuando apago la computadora mis palabras regresan a esa
nada virtual, y sólo volverán delante de mí cuando yo las convoque. No necesito
viajar con ellas; adonde llegue, me estarán esperando para bajar a mi desde la
nube. Todo esto sería demasiado para el monje de mi historia, pero alguien como
yo, que empezó tecleando en las máquinas de escribir mecánicas de cinta de seda
de dos colores, creció con la radio imaginando a los personajes encarnados en
las
voces, con los telegramas que se pagaban por palabra, y con los teléfonos
de manubrio, debe librar una lucha a brazo partido con ese ángel de la ultra
modernidad que cambia en cada momento de figura, y al que si no logro asir en
mi abrazo, al rayar el alba se alejará y me dejará derrotado; e igual que Jacob
en la historia bíblica debo decirle: no te soltaré si no me bendices. Si te quedas
atrás, si no entras en ese cono de luz, lo que te esperan es la oscuridad y la
soledad.
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