“DESIERTOS ALIMENTARIOS” SON, NI MÁS NI MENOS,
CONSECUENCIAS DE
SUPEDITAR LA ALIMENTACIÓN
A LOS INTERESES DE LAS GRANDES EMPRESAS
Escribe
ESTHER VIVAS (*)
Fuente: BLOG de la autora
en “Público.es” de España
07 de enero 2015
(*) ESTHER VIVAS (Sabadell, 1975) Es una activista española
autora de diversos libros y publicaciones sobre movimientos sociales.
Licenciada en periodismo y diplomada en estudios superiores de sociología por
la Universitat Autónoma de Barcelona. Desmonta uno a uno los mitos sobre los
cuales está construido el actual sistema agroalimentario. Explica el
criminal negocio de las técnicas y empresas alimentarias. Con JOSEPH MARIA ANTENTAS Profesor de
Sociología de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB), son autores del libro “Planeta Indignado”, son
militantes de Izquierda Anticapitalista, miembros de la redacción de la revista
Viento Sur y columnistas en varios medios.
Asociamos
los supermercados a abundancia de comida, a estantes siempre llenos, a un gran
abanico de productos. Aunque no lo parezca pueden ser generadores de hambre y
escasez de alimentos. El ejemplo por antonomasia lo tenemos en Estados Unidos
en comunidades urbanas o rurales donde resulta
imposible comprar comestibles, a
no ser en un McDonald’s, un Kentucky Fried Chicken o un Burger King. A lo largo de los años 40 y 50, en a medida que las familias de clase media y
alta se mudaron a los nuevos barrios periféricos y se consolidaron los grandes
centros comerciales, muchos supermercados se “mudaron” con ellos, dejando tras
sí lugares sin prácticamente comida. ¿Por qué permanecer donde estaban los más
pobres, que gastaban poco dinero en alimentos y daban escasos beneficios, si en
otros distritos se podía ganar mucho más? La respuesta fue fácil. Se calcula
que más de 23 millones de personas viven en “desiertos alimentarios”, según el
Departamento de Agricultura de EEUU,
zonas donde no se puede encontrar comida
fresca en una milla (1,6 kilómetros) o más a la redonda. Indianapolis y
Oklahoma City encabezan el ranking. En otras ciudades como Detroit, la mitad de
sus habitantes, 550 mil, padecen dicha lacra, en Chicago la sufren más de 600
mil, un 21% de su población, en Nueva York, tres millones. Para todos ellos, el
lugar más cercano donde adquirir algo que comer es una cadena fast food o una
tienda donde aparte de tabaco y licores pueden encontrar algunas bolsas de
patatas fritas, caramelos o bebidas con gas. Se trata de uno de los mayores
problemas alimentarios del país. Son barrios donde vive gente pobre, sin recursos… Son barrios
habitados mayormente por personas de color. De aquí que algunos autores hablen
de “apartheid alimentario” o “segregación alimentaria”.
Las desigualdades
sociales y raciales estipulan qué comen unos y otros. La billetera y el color
de la piel determinan el acceso o no a la comida. Decía el activista
alimentario Brahm Ahmadi: “Hoy, en muchas comunidades urbanas donde habita
gente de color, es más fácil comprar un arma de fuego que un tomate fresco”. De
aquí que los “desiertos alimentarios” comporten también problemas de salud. La
dificultad para acceder a alimentos frescos genera mayores niveles de obesidad,
diabetes y enfermedades del corazón, según el Departamento de Agricultura de
EEUU. En South Los Ángeles, 1,3 millones de habitantes, con dificultades para
acceder a comida, el porcentaje de personas con obesidad es tres veces y medio
superior al que padecen quienes habitan en el rico West Los Ángeles y el número
de adultos diagnosticados con diabetes es dos veces y medio más elevado, como
analiza un informe de la organización The Community Health Council. A menos dinero, menos y mala
comida, menos y mala salud.
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