jueves, 8 de enero de 2015

ES MÁS FÁCIL COMPRAR UNA PISTOLA QUE UN TOMATE

“DESIERTOS ALIMENTARIOS” SON, NI MÁS NI MENOS,   
CONSECUENCIAS DE SUPEDITAR LA ALIMENTACIÓN 
A LOS INTERESES DE LAS GRANDES EMPRESAS

Escribe 
ESTHER VIVAS (*) 
Fuente: BLOG de la autora 
en “Público.es” de España
07 de enero  2015

(*) ESTHER VIVAS (Sabadell, 1975) Es una activista española autora de diversos libros y publicaciones sobre movimientos sociales. Licenciada en periodismo y diplomada en estudios superiores de sociología por la Universitat Autónoma de Barcelona. Desmonta uno a uno los mitos sobre los cuales está construido el actual sistema agroalimentario. Explica el criminal negocio de las técnicas y empresas alimentarias. Con JOSEPH MARIA ANTENTAS Profesor de Sociología de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB),  son autores del libro “Planeta Indignado”, son militantes de Izquierda Anticapitalista, miembros de la redacción de la revista Viento Sur y columnistas en varios medios.


Asociamos los supermercados a abundancia de comida, a estantes siempre llenos, a un gran abanico de productos. Aunque no lo parezca pueden ser generadores de hambre y escasez de alimentos. El ejemplo por antonomasia lo tenemos en Estados Unidos en comunidades urbanas o rurales donde resulta
imposible comprar comestibles, a no ser en un McDonald’s, un Kentucky Fried Chicken o un Burger King.  A lo largo de los años 40 y 50, en  a medida que las familias de clase media y alta se mudaron a los nuevos barrios periféricos y se consolidaron los grandes centros comerciales, muchos supermercados se “mudaron” con ellos, dejando tras sí lugares sin prácticamente comida. ¿Por qué permanecer donde estaban los más pobres, que gastaban poco dinero en alimentos y daban escasos beneficios, si en otros distritos se podía ganar mucho más? La respuesta fue fácil. Se calcula que más de 23 millones de personas viven en “desiertos alimentarios”, según el Departamento de Agricultura de EEUU,

zonas donde no se puede encontrar comida fresca en una milla (1,6 kilómetros) o más a la redonda. Indianapolis y Oklahoma City encabezan el ranking. En otras ciudades como Detroit, la mitad de sus habitantes, 550 mil, padecen dicha lacra, en Chicago la sufren más de 600 mil, un 21% de su población, en Nueva York, tres millones. Para todos ellos, el lugar más cercano donde adquirir algo que comer es una cadena fast food o una tienda donde aparte de tabaco y licores pueden encontrar algunas bolsas de patatas fritas, caramelos o bebidas con gas. Se trata de uno de los mayores problemas alimentarios del país. Son barrios donde vive gente pobre, sin recursos…  Son barrios habitados mayormente por personas de color. De aquí que algunos autores hablen de “apartheid alimentario” o “segregación alimentaria”.


Las desigualdades sociales y raciales estipulan qué comen unos y otros. La billetera y el color de la piel determinan el acceso o no a la comida. Decía el activista alimentario Brahm Ahmadi: “Hoy, en muchas comunidades urbanas donde habita gente de color, es más fácil comprar un arma de fuego que un tomate fresco”. De aquí que los “desiertos alimentarios” comporten también problemas de salud. La dificultad para acceder a alimentos frescos genera mayores niveles de obesidad, diabetes y enfermedades del corazón, según el Departamento de Agricultura de EEUU. En South Los Ángeles, 1,3 millones de habitantes, con dificultades para acceder a comida, el porcentaje de personas con obesidad es tres veces y medio superior al que padecen quienes habitan en el rico West Los Ángeles y el número de adultos diagnosticados con diabetes es dos veces y medio más elevado, como analiza un informe de la organización The Community  Health Council. A menos dinero, menos y mala comida, menos y mala salud.    

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