EL
MODELO TRANSGÉNICO ES UN DESASTRE.
IMPACTOS EN SALUD, AMBIENTE
Y DEPENDENCIA
SON CADA VEZ MÁS GRAVES,
QUE CREARON MULTINACIONALES Y GOBIERNOS
Escribe
SILVIA RIBEIRO (*)
Columnista habitual en
“La Jornada” de Mexico
sabado 24 de enero 2015
(*) SILVIA RIBEIRO – Escritora. Periodista. Militante
ambientalista.Directora para América Latina del Grupo ETC y trabaja en la
oficina de México.. Ha sido periodista y coordinadora de campañas en temas
ambientales. Especialista en cambio climático. Escribe sobre biotecnología y
agro negocios. Impactos de los transgénicos; concentración corporativa,
propiedad intelectual, el papel de la ciencia y las nuevas tecnologías y sus
peligros. Ha dicho: “Es grave e irresponsable el intento de FAO de legitimar
los transgénicos como solución al hambre y la crisis climática”.
El 15
de enero 2015, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) aprobó
las semillas de algodón y soya transgénicas de Monsanto resistentes al
herbicida Dicamba, altamente tóxico. Unas semanas antes, había aprobado la siembra de soja y maíz
transgénicos resistentes al herbicida supertóxico 2-4 d de Dow Agrosciences.
Estas decisiones se tomaron contra miles de cartas de
activistas, agricultores
y científicos, con evidencia de impactos graves contra la salud, el ambiente y
los agricultores. El paquete tóxico fue aprobado antes por Canadá y presionan
para su aprobación en Argentina, Brasil y Sudáfrica, que junto a los anteriores
representan casi 80 por ciento de la producción mundial de transgénicos. Ambos
herbicidas tienen larga historia, por lo que sus impactos son conocidos. El 2-4
d es uno de los componentes del Agente Naranja, usado como arma química en la
guerra contra Vietnam, con secuelas por generaciones hasta el presente. Ahora,
como expresó Grain en su informe sobre la soja 2-4 d, es una guerra contra los
campesinos. Dicamba y 2-4 d pertenecen a
la misma clase de tóxicos, que se han vinculado al surgimiento de diferentes
formas de cáncer, enfermedades del sistema inmune, problemas neurológicos y
reproductivos, disrupción endócrina. Aparte de la exposición directa de
trabajadores, distribuidores, etcétera, los residuos que
dejan en alimentos
expanden los efectos a los consumidores. En campo tienen alta capacidad de
dispersión, hay casos comprobados donde la deriva de fumigaciones ha terminado
con cultivos de hortalizas y frutas en campos vecinos (incluso hasta de maíz y
frijol). Esta es una de las razones por las que muchos agricultores se oponen a
la aprobación de estas semillas transgénicas que aumentarán su uso. La propia
USDA, estima que con la aprobación de maíz y soja resistentes al 2-4 d, el uso
del tóxico crecerá entre 500 y mil 400 por ciento en los próximos 9 años. La
EPA puso por ello una condición a las empresas: antes de usarlo deben tener en
cuenta la intensidad y dirección del viento. La medida probablemente no será
respetada por los agricultores, pero las empresas encontrarán la forma legal
–contratos, avisos en los productos– de deslindarse de toda responsabilidad, y
quién sabe, quizá hasta harán pagar a las víctimas, como
sucede con la
contaminación transgénica. Estos herbicidas altamente tóxicos han sido
prohibidos en varios países, y en la mayoría se evitaban. Su vuelta es un
ejemplo claro de la perversión y fracaso del modelo transgénico. Luego de dos
décadas de siembra de semillas resistentes al glifosato, han surgido gran
cantidad de malezas resistentes. La táctica empresarial ante ello es vender
herbicidas más tóxicos. Aunque la agricultura con químicos es anterior a los
transgénicos, antes tenían que aplicar menor cantidad para no matar su propio
cultivo. Con los transgénicos, las dosis se multiplicaron enormemente, lo que
provocó el surgimiento de supermalezas. En Georgia, Estados Unidos, 92 por
ciento de los campos tienen estas malezas resistentes, situación repetida en la
mitad de los campos agrícolas del país. Esto no le preocupa demasiado a las
empresas dueñas de todos los cultivos transgénicos sembrados en el mundo
(Monsanto, Syngenta, Dow, DuPont, Bayer y Basf), ya que también son las mayores
productoras globales de agrotóxicos. Juntas controlan casi 80 por ciento del
mercado global y su mayor negocio es que haya que usar más agrotóxicos.
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