domingo, 25 de enero de 2015

MONSANTO Y DOW: ¡A COMER VENENO!

EL MODELO TRANSGÉNICO ES UN DESASTRE.
IMPACTOS EN SALUD, AMBIENTE 
Y DEPENDENCIA SON CADA VEZ MÁS GRAVES,  
QUE CREARON  MULTINACIONALES Y GOBIERNOS  

Escribe 
SILVIA RIBEIRO (*) 
Columnista habitual en
 “La Jornada” de Mexico 
sabado 24 de enero 2015

(*) SILVIA RIBEIRO – Escritora. Periodista. Militante ambientalista.Directora para América Latina del Grupo ETC y trabaja en la oficina de México.. Ha sido periodista y coordinadora de campañas en temas ambientales. Especialista en cambio climático. Escribe sobre biotecnología y agro negocios. Impactos de los transgénicos; concentración corporativa, propiedad intelectual, el papel de la ciencia y las nuevas tecnologías y sus peligros. Ha dicho: “Es grave e irresponsable el intento de FAO de legitimar los transgénicos como solución al hambre y la crisis climática”. 


El 15 de enero 2015, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) aprobó las semillas de algodón y soya transgénicas de Monsanto resistentes al herbicida Dicamba, altamente tóxico. Unas semanas antes,  había aprobado la siembra de soja y maíz transgénicos resistentes al herbicida supertóxico 2-4 d de Dow Agrosciences. Estas decisiones se tomaron contra miles de cartas de
activistas, agricultores y científicos, con evidencia de impactos graves contra la salud, el ambiente y los agricultores. El paquete tóxico fue aprobado antes por Canadá y presionan para su aprobación en Argentina, Brasil y Sudáfrica, que junto a los anteriores representan casi 80 por ciento de la producción mundial de transgénicos. Ambos herbicidas tienen larga historia, por lo que sus impactos son conocidos. El 2-4 d es uno de los componentes del Agente Naranja, usado como arma química en la guerra contra Vietnam, con secuelas por generaciones hasta el presente. Ahora, como expresó Grain en su informe sobre la soja 2-4 d, es una guerra contra los campesinos.  Dicamba y 2-4 d pertenecen a la misma clase de tóxicos, que se han vinculado al surgimiento de diferentes formas de cáncer, enfermedades del sistema inmune, problemas neurológicos y reproductivos, disrupción endócrina. Aparte de la exposición directa de trabajadores, distribuidores, etcétera, los residuos que

dejan en alimentos expanden los efectos a los consumidores. En campo tienen alta capacidad de dispersión, hay casos comprobados donde la deriva de fumigaciones ha terminado con cultivos de hortalizas y frutas en campos vecinos (incluso hasta de maíz y frijol). Esta es una de las razones por las que muchos agricultores se oponen a la aprobación de estas semillas transgénicas que aumentarán su uso. La propia USDA, estima que con la aprobación de maíz y soja resistentes al 2-4 d, el uso del tóxico crecerá entre 500 y mil 400 por ciento en los próximos 9 años. La EPA puso por ello una condición a las empresas: antes de usarlo deben tener en cuenta la intensidad y dirección del viento. La medida probablemente no será respetada por los agricultores, pero las empresas encontrarán la forma legal –contratos, avisos en los productos– de deslindarse de toda responsabilidad, y quién sabe, quizá hasta harán pagar a las víctimas, como


sucede con la contaminación transgénica. Estos herbicidas altamente tóxicos han sido prohibidos en varios países, y en la mayoría se evitaban. Su vuelta es un ejemplo claro de la perversión y fracaso del modelo transgénico. Luego de dos décadas de siembra de semillas resistentes al glifosato, han surgido gran cantidad de malezas resistentes. La táctica empresarial ante ello es vender herbicidas más tóxicos. Aunque la agricultura con químicos es anterior a los transgénicos, antes tenían que aplicar menor cantidad para no matar su propio cultivo. Con los transgénicos, las dosis se multiplicaron enormemente, lo que provocó el surgimiento de supermalezas. En Georgia, Estados Unidos, 92 por ciento de los campos tienen estas malezas resistentes, situación repetida en la mitad de los campos agrícolas del país. Esto no le preocupa demasiado a las empresas dueñas de todos los cultivos transgénicos sembrados en el mundo (Monsanto, Syngenta, Dow, DuPont, Bayer y Basf), ya que también son las mayores productoras globales de agrotóxicos. Juntas controlan casi 80 por ciento del mercado global y su mayor negocio es que haya que usar más agrotóxicos.   

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