MULTIMILLONARIOS DEL
1%, CON GOBIERNOS
DISTRAIDOS SE HACEN DEL ORO A COSTA
DEL
RESTANTE 99%, CON DERECHOS AL PATALEO
Escribe
LUIS MATÍAS LÓPEZ (*)
Fuente: Blog del autor en
“Público.es”
de España
Viernes 13 de febrero 2015
(*)LUIS MATÍAS LÓPEZ (España) Periodista. Exredactor jefe y
excorresponsal en Moscú de EL PAIS de Madrid. Colabora en 'Público', tanto en
el Consejo Editorial como con esta columna literaria y como analista de temas
internacionales Luis Matías López
pretende con esta columna analizar sin sectarismos la actualidad internacional,
y en ocasiones la española. Twitter: @LuisMatiasLopez
En Somos el 99% (Capitán Swing), David Graeber recurre a un
curioso concepto estadístico que ideó el holandés Jan Pen para ilustrar la
tragedia y la vergüenza de la desigualdad
que marca hoy como nunca la realidad social y económica. Se trata de un
desfile imaginario en el que, durante una hora, participa la totalidad de la
población de un país. Comienzan los más
pobres y terminan los más ricos. La
estatura que se atribuye a cada uno es proporcional a sus ingresos en el último
año (no se tiene en cuenta la riqueza acumulada). El ejemplo recogido en el
libro se refiere a un país del Primer Mundo, el Reino Unido. Por supuesto, las
diferencias serían aún más abismales si la marcha incluyera a la totalidad de
la población del planeta, donde unos nueve millones de personas mueren de
hambre al año y centenares de millones más sobreviven en condiciones dramáticas
con ingresos inferiores a un euro al día. MINUTOS DEL 0 AL 6: desfilan seres
diminutos, de menos de 30 centímetros de altura. Los más pobres entre los
pobres. Ganan menos de 4.500
libras al año. MINUTO 15: pasan camareros,
dependientes y otros trabajadores que miden menos de 90 centímetros. Les siguen
obreros y camioneros que no pasan de 1,30 metros. Son quizás el grupo más
numeroso. MINUTO 40: Comienzan a desfilar personas de estatura normal, en torno
a 1,70, con una renta media de unas 25.000 libras. MINUTO 50: Entran en escena
abogados, médicos, economistas e ingenieros de más de 3 metros de estatura.
(Desfile total en la nota). Los autores no ponen el énfasis en las cuestiones
morales, aunque es obvio que consideran obscena cualquier acumulación tan
desmedida de riqueza. Sin embargo, su argumentación es más sutil y pragmática:
consiste en explicar que Gates ha capitalizado en provecho
propio, y sin pagar
apenas por ello, un acervo colectivo. Eso sí, con mucha suerte, habilidad, utilización
de recursos públicos, cierta falta de escrúpulos y un prodigioso sentido del
negocio, aunque él haya terminado llevándose todo el mérito… y la parte del
león de los beneficios. El hecho, afirman McQuaig y Brooks, es que cualquiera
que, como Gates, sea capaz de crear un producto ligeramente novedoso capaz de
conquistar el mercado global se hará con una desproporcionada parte del pastel.
Lo que lleva a la esencia del problema: ya que el sistema capitalista no tiene
la voluntad de frenar esa acumulación disparatada de riqueza, al menos debería
establecer mecanismos eficaces para que l
a sociedad recuperase una parte
sustancial de ese dividendo en forma de elevados impuestos a las grandes
fortunas. Sería una forma de hacerles pagar la deuda contraída por el uso en
provecho propio y de forma gratuita de unos instrumentos que no le pertenecen
(no más que a cualquier otro ciudadano), un volumen de conocimiento acumulado
gracias al esfuerzo de muchas mentes brillantes a lo largo de los tiempos.
Citando a Hobhouse, los autores señalan: “La tributación no debería verse como
una retribución, sino más bien como una justa compensación”.
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