EN EL SIGLO XIX LA EXPANSIÓN ECONÓMICA SE FRENÓ.
ERA EL
PRELUDIO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL.
EL COMERCIO NO TRAJO LAZOS DE UNA PAZ
DURADERA.
Escribe
ALEJANDRO NADAL (*)
Fuente “Visiones alternativas”
12 de marzo 2015
(*) ALEJANDRO NADAL es Doctor en Economía por la Universidad
de París y Profesor de Teoría Económica del Colegio de México. Miembro del Consejo Editor de Sin Permiso y
columnista permanente en “La Jornada” de México. Conferencista y Periodista que
publica en importantes medios de Europa y América. Trabaja en un libro sobre
macroeconomía. Sustenta que esta no es crisis económica, sino que es
estructural del sistema.
La leyenda más importante en teoría económica es que a
través del comercio se alcanza la armonía social. El relato es sencillo: los
seres humanos tienen una propensión natural a realizar intercambios. Dice Adam
Smith que es una facultad privativa de los seres humanos: los sabuesos pueden
cazar en equipo, pero nunca nadie vio un sabueso
intercambiar un hueso con
otro. El mensaje central es que primero vino el trueque y eso generó la
división del trabajo, de donde emerge la armonía social como fenómeno natural. Pero
Adam Smith estaba equivocado. La antropología y la historia lo han desmentido. El
trueque no se da inicialmente entre los habitantes de un pueblo o entre vecinos
y entre amigos. Para ellos existen relaciones sociales basadas en nexos
familiares, de amistad, vecindad y jerarquías institucionales. La paz duradera
no se construye con el comercio, sino a través de vínculos de solidaridad,
tolerancia y buena voluntad. El trueque sí es muy antiguo, pero se presentó
originalmente entre extraños e incluso entre enemigos. En su libro “Deuda: los
primeros cinco mil años”, David Graeber explica cómo los orígenes del dinero y
el comercio están más ligados a la guerra, la violencia y la esclavitud que a
los plácidos sueños que dieron origen a la teoría
económica. La historia es un
largo camino en el que sólo la violencia es capaz de transformar las
obligaciones de solidaridad y reciprocidad que existen entre amigos y vecinos
en relaciones cuantificables que se explican por el binomio acreedor/deudor.
Aquellas obligaciones son impagables, mientras que las deudas son cuantificables.
Esto las hace impersonales y transferibles. Si usted le debe un gran favor o la
vida a alguien, usted estará obligado de por vida con esa persona. Esa deuda es
impagable. Usted podrá expresar su gratitud constantemente, pero su obligación
no se extinguirá nunca. Pero si usted debe mil pesos, esa deuda es transferible
y quien sea el nuevo acreedor puede proceder contra usted, independientemente
de los vínculos sociales existentes existir entre usted y el acreedor original.
Nunca ha existido una sociedad en la
que la armonía social dependiera de un
sistema de trueque generalizado. La razón es sencilla: el trueque es por
definición el acto en el que ambos polos buscan activamente llevarse la mejor
parte. En cambio, los vínculos sociales que se establecen por nexos familiares,
amistad y vecindad no son el espacio ideal para tratar de sacar ventaja del
otro. El análisis de Caroline Humphrey, de la Universidad de Cambridge, es
claro: históricamente el trueque se da entre extraños, entre personas que
probablemente nunca se vuelvan a encontrar. A pesar de estas enseñanzas, una de
las justificaciones del proyecto de integración en Europa (y de múltiples
tratados de libre comercio) es la idea de que el comercio promueve la paz entre
los pueblos. Eso se pensó al lanzarse el proyecto de construcción de la unión
europea: el comercio permitiría alcanzar el objetivo escurridizo de una paz
duradera.
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