ESTUDIO
DE FUERZAS ECONÓMICAS EN
LA DESTRUCCIÓN AMBIENTAL ES VITAL.
PERO ESE "DETALLE" ESTÁ AUSENTE EN ANALISIS
DE GOBIERNOS
SOBRE EL MEDIO AMBIENTE.
Escribe
ALEJANDRO
NADAL (*)
Columnista habitual en
temas económicos de
“La Jornada” de México
Miercoles 11 de marzo
2015
(*)ALEJANDRO NADAL. Doctor en Economía por la Universidad de
París y Profesor de Teoría Económica del Colegio de México. Miembro del Consejo Editor de Sin Permiso y
columnista permanente en “La Jornada” de México. Conferencista y Periodista que
publica en importantes medios de Europa y América. Trabaja en un libro sobre
macroeconomía. Sustenta que esta no es crisis económica, sino que es
estructural del sistema.
Las
proyecciones demográficas indican que para el año 2050 la población total en el
mundo superará los 9 mil millones de personas. Sin duda la presión sobre los
ecosistemas del planeta aumentará por el crecimiento demográfico. Pero no todos
los humanos tienen el mismo impacto sobre el medio ambiente. Hoy 20 por
ciento
de la población mundial absorbe 80 por ciento de los recursos naturales consumidos
cada año. Esto no quiere decir que el factor demográfico no es importante. Pero
la disparidad en el acceso y consumo de recursos es una señal de que se
necesita un análisis menos burdo para evaluar su impacto sobre el medio
ambiente. El hecho de que desde hace decenios el hambre está más relacionada
con la falta de ingreso que con la escasez de alimentos también debiera orillar
a una reflexión más cuidadosa. Por eso el estudio de las fuerzas económicas que
impulsan la destrucción ambiental es vital en cualquier discusión sobre
sustentabilidad. Desgraciadamente este análisis está ausente en las
evaluaciones que realizan
gobiernos y estados nacionales sobre el estado del
medio ambiente. Los estudios del Programa de Naciones Unidas sobre medio ambiente
y los de la Convención sobre biodiversidad siempre exhiben una gigantesca
laguna en este tema. La Evaluación de los ecosistemas del milenio,
investigación realizada entre 2001-2005 menciona el tema de los ‘motores’ de la
destrucción ambiental, pero su ‘análisis’ se limitó a unos párrafos anodinos
sobre el crecimiento del PIB. La realidad es que tanto el crecimiento como el
estancamiento tienen fuertes repercusiones negativas sobre el medio ambiente.
La intensificación del ritmo de actividad económica genera presiones sobre
muchas dimensiones del medio ambiente,
pero su freno conlleva otras fuentes de
tensión. Es necesario profundizar en el análisis de estructuras para derivar un
cuadro más completo y riguroso. Entre las principales características de la
economía mundial que repercuten sobre la salud de los ecosistemas se encuentra
la dominación del sector financiero, la concentración de poder de mercado entre
las grandes corporaciones del planeta y la tendencia a la sobre inversión y
exceso de capacidad productiva. El predominio del sector financiero distorsiona
los patrones de inversión y gestión, privilegiando la orientación hacia la
maximización de rentabilidad a corto plazo, recortando costos en rubros como
mantenimiento preventivo o manejo de desechos industriales. Este sesgo es
nefasto, pero es especialmente grave en las ramas cercanas a la base de
recursos naturales (por ejemplo, en la industria extractiva y de energía).
Además, a partir de la desregulación en finanzas y banca la irrupción del capital
financiero en los mercados de futuros de productos básicos ha desfigurado el
proceso de formación y descubrimiento de precios de todo tipo de commodities,
desde granos básicos hasta minerales. Otro rasgo clave de la economía mundial
que tiene fuerte impacto ambiental es la tendencia a la concentración de poder
de mercado. Este fenómeno es generalizado en todas las ramas de la actividad
económica y ese poder le permite a unas cuantas (y muy grandes) empresas
manipular
precios de insumos y productos finales. Los creyentes en las virtudes
del mercado deben saber que estas y otras prácticas restrictivas afectan el
proceso de formación de precios y quitan incentivos para que las empresas
‘escuchen’ las preferencias de los consumidores concernidos por el estado del
medio ambiente o por el bienestar social. En su expresión más brutal, este
poder permite a grandes consorcios acaparar enormes extensiones de tierras y
bosques como reservas precautorias privadas en las que literalmente, hacen lo
que quieren lejos de toda supervisión o control oficial.
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