MUCHO CAMBIÓ DESDE LA ÚLTIMA CUMBRE,
REALIZADA EN 2012 EN CARTAGENA,
A LA QUE SE REUNIRA ESTE VIERNES 10 de abril...
Escribe
JUAN MANUEL KARG (*)
Fuente: “Rebelión”
5 de abril 2015
(*) JUAN MANUEL KARG / @jmkarg. Licenciado en Ciencia
Política, Universidad de Buenos Aires / Periodista. Analista Internacional.
Investigador del Centro Cultural de la Cooperación de Argentina. Artículos de
opinión y entrevistas sobre la coyuntura política, económica y social de
América Latina y el Caribe.Blog en Telesur.
La Cumbre de las Américas nació en 1994 bajo la órbita de la
Organización de Estados Americanos (OEA) y como idea del entonces presidente
norteamericano Bill Clinton, con el objetivo de alinear a la región, plagada de
gobiernos conservadores,
en un contexto global de creciente hegemonía estadounidense.
Así, en 2001 en Quebec (Canadá), casi por unanimidad –con el sólo voto en
contra del venezolano Hugo Chávez, ante la ausencia de Fidel Castro de aquellas
reuniones– se definió comenzar a dar forma a la propuesta del ALCA: Alianza de
Libre Comercio de las Américas, que finalmente fue derrotada en Mar del Plata
el 2005, tras una decidida intervención del propio Chávez, Néstor Kirchner y
Luiz Inácio Lula da Silva. Hubo una explicación a esa derrota de Bush: a partir
de aquel momento, un conjunto de gobiernos posneoliberales se expandieron en la
región, como subproducto de
diversas elecciones presidenciales donde los
pueblos de América Latina definieron dejar atrás a quienes habían gobernado
para minorías y no para mayorías. A los casos ya citados, se sumó la
administración del Frente Amplio en Uruguay, del Movimiento Al Socialismo en
Bolivia, y de Alianza País en Ecuador, entre otros. Así nacieron, luego, nuevas
instancias de integración regional, como Unasur –2008 en Brasilia– y CELAC
–2011 en Caracas–, que aportaron la posibilidad de pensar otro tipo de
institucionalidad, con mayores niveles de autonomía. Mucho cambió desde la
última Cumbre de las Américas, realizada en 2012 en Cartagena de Indias
(Colombia), a esta que se avecina en Panamá. En aquel entonces, Cuba estaba
excluida del cónclave, llevando a un
conjunto de países de la región –los del
ALBA y algunos de Unasur– a levantar una voz de protesta por aquella ausencia.
Y, además, como mencionábamos previamente, estaba muy fresca la creación de la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), primer bloque
verdaderamente continental –con 33 naciones, y sólo las ausencias de EE.UU. y
Canadá–. Por ello, en aquella reunión de Cartagena, la soledad norteamericana
fue casi total: hasta el anfitrión Juan Manuel Santos, uno de los aliados
estratégicos que Washington mantuvo en la región en la última década, expresó
su
disconformidad por la ausencia de Cuba. El descontento de Obama con la
reunión fue tal que ni siquiera hubo una declaración final del cónclave. El
resto es conocido: en diciembre pasado, mediante una declaración conjunta de
Barack Obama y Raúl Castro, Estados Unidos y Cuba comenzaron un entendimiento
mutuo que provocó la liberación de presos entre ambos países: así, “Los Cinco”
retornaron a La Habana tras quince años en cárceles norteamericanas y el ex
contratista de Usaid, Alan Gross, viajó hacia Washington luego de haber sido
imputado por intento de espionaje en la Isla. Actualmente ambos países negocian
la reapertura de embajadas, para lo cual La Habana pide que se retire a Cuba de
la lista
de países “patrocinantes del terrorismo” que su vecino del norte
realiza año a año. Esta novedad geopolítica fue definida por Obama en los
siguientes términos: “No podemos hacer lo mismo que hemos hecho durante las
últimas cinco décadas y esperar un resultado diferente”. Sin embargo, el cambio
de política de EE.UU. hacía Cuba también introdujo un reacomodamiento
geopolítico de la Casa Blanca en cuanto a su política exterior. ¿En qué sentido?
Obama intenta actualmente un reequilibrio diplomático, tras lo cual, luego de
sus negociaciones con La Habana –y también con Teherán, en vistas a un posible
acuerdo nuclear que fue abiertamente rechazado por el primer ministro israelí,
Netanyahu– ha apuntado sus
sanciones hacia Caracas y Moscú, tras una creciente
presión del Partido Republicano, quien ganó recientemente las elecciones
intermedias. Por lo tanto, si en las anteriores Cumbres de las Américas
aparecían voces críticas al papel de EE.UU. respecto a Cuba, es de esperar que
en Panamá se produzca una situación similar pero respecto a Venezuela. Al
momento de escribir estas líneas, Nicolás Maduro anunciaba la recolección de
más de 3 millones de firmas de la campaña: “Obama deroga el decreto ya”, cuya
entrega, en palabras del Jefe de Estado, se hará en la propia Cumbre de las
Américas –por
ello es de esperar que la cifra sea aún más grande, visto y
considerando que aún resta tiempo–. Asimismo, la consultora Hinterlaces
confirmaba un aumento en la imagen positiva de Maduro luego de la decisión de
Obama: parece haber primado la idea de “cerrar filas” en torno al gobierno ante
el cuestionamiento de Estados Unidos. Ambas noticias le dan confianza al
mandatario venezolano para ir a la reunión de Panamá, con una ratificación
importante también de los países de la Unasur y de su Secretario General,
Ernesto Samper.
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