UN AYUNTAMIENTO ES EL ACTOR ECONÓMICO
MÁS IMPORTANTE DE SU
TERRITORIO.
SU INFLUENCIA GENERANDO RIQUEZA EN EL
TEJIDO LOCAL NO ES
COMPARABLE A OTRA.
Escribe
JORGE ARMESTO (*)
Fuente “Diagonal”
Publica “Rebelión”
21 de mayo 2015.
(*) JORGE ARMESTO RODRIGUEZ. Periodista free-lance Colaborador en “Diagonal”. Columnista habitual en otros
medios de la prensa alternativa DIAGONAL es un Periódico quincenal de
actualidad crítica. De información,
debate, investigación y análisis editado en Madrid, de tendencia
anticapitalista
Un ayuntamiento es posiblemente el actor económico más
importante de su territorio. Su influencia como generador de riqueza en el
tejido local no es comparable a ninguna otra empresa o entidad. Por poner un
ejemplo, un ayuntamiento de un pueblo de 20.000 habitantes
puede recibir al
cabo del año entre 5.000 y 6.000 facturas de todo tipo: productos de limpieza,
herramientas, mobiliario, material de obras y oficina, repuestos mecánicos, ropa
de trabajo, productos de ofimática, papelería, imprenta. Materiales de
carpintería, construcción, fontanería, electricidad, trofeos, camisetas, gomas
de borrar, carteles y trajes de rey mago.Tal vez nosotros no imaginemos la
enormidad de esta lista. Pero el alcalde la conoce muy bien. Sabe que uno de
los
pilares fundamentales de su reelección es el cuidado con que realice cada
uno de estos gastos. Y ni uno solo se deja al azar: todos los jefes de servicio
saben en qué comercios se deben adquirir estos objetos. Hasta importes de
18.000 euros, estas facturas no necesitan de ningún procedimiento de
fiscalización previa. Los ayuntamientos medianos, en sus bases de presupuesto,
establecen una cantidad (suele ser una cercana a los 1.200 euros) a partir de
la cual el gasto debería ser aprobado previamente. Pero este trámite se suele
soslayar y, además, no implica control alguno. Es mero papeleo. En la práctica
eso significa que el 100% del gasto corriente en suministros se hace de modo
arbitrario. Todo desagua en los establecimientos de familiares, militantes o
donantes del partido. Las facturas acostumbran a tener un sobrecoste. Algunos
son razonables y otros disparatados. Nadie controla si lo que se adquiere está
en los precios de mercado y ni siquiera que se suministren las cantidades u
objetos que se facturan. ¿Quién va a mirar si había 20
sacos de cemento o 15?
Eso sí, en la factura sí había 20. En algunos negocios, el peso del
ayuntamiento como comprador es tan importante que no es extraño que un cambio
de gobierno traiga aparejado un cambio de dueño en establecimientos tan
estratégicos como imprentas, droguerías o ferreterías y éstas acaben en manos
de familiares o amigos cercanos de los nuevos gestores. Alcaldes y concejales
aleccionan a los funcionarios sobre dónde se puede adquirir cada cosa. Desde
almacenes de materiales de
construcción a tiendas de Todo a Cien. Todo suma.
Todo vale. Es habitual que se le pregunte al encargado de la compra: “¿Es para
ti o para el ayuntamiento?”. Si es para este último el precio se eleva. Puede
parecer banal que una grapadora le cueste a una institución pública el doble
que a un particular. Pero cuando multiplicamos esa diferencia por las miles de
facturas que se pagan al año, la cuestión deja de ser tan baladí. Por supuesto,
alcaldes y concejales tienen un trato preferente. Habría que ser un mezquino
para cobrarle un cambio de aceite a quien envía a tu taller toda la flota
municipal de vehículos.
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