martes, 19 de mayo de 2015

PUBLICIDAD Y POLÍTICA

LOS POLÍTICOS HOY EN DIA NECESITAN SER VISTOS,  
DECIR LO QUE DEBERÍA SER CONDUCTA COTIDIANA,  
TODO ANTE LAS CÁMARAS Y FRENTE A LOS MICRÓFONOS

Escribe 
BERNARDO BÁTIZ V. (*) 
Fuente “La Jornada” de Mexico 
18 de Mayo 2015

(*) BERNARDO BÁTIZ VÁZQUEZ. (1936 Ciudad de México)  Es un jurista.    Abogado, Periodista,  Escritor y político mexicano, Licenciado en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México y tiene una maestría en Derecho Parlamentario en la Universidad Iberoamericana. Ha dicho que: ”De que necesitamos un cambio no hay la menor duda. El gobierno, la economía, la vida social, todo está mal.”


La aceptación de la publicidad como forma autorizada de mentir es una enfermedad moral de nuestro tiempo. La publicidad está presente ante nuestros ojos y oídos en forma permanente. No hay un momento del día en que el gran aparato de la publicidad no esté funcionando para convencer a
sus pasivos destinatarios para que hagan algo, se interesen por algo, compren algo. En el pasado, un publicista era un jurista especializado en derecho público, un estudioso del derecho constitucional; hoy, cuando escuchamos la palabra se nos viene a la mente un profesional de la mercadotecnia, que es la técnica para vendernos lo que sea; el publicista se dedica a presentar ante ojos y oídos lo que quiere vendernos. Quiere conseguir clientes, compradores, fans, admiradores, votantes. Las cosas no se han quedado ahí: hace unos

años se introdujo la especie de que toda persona debe venderse, como si fuéramos todos mercancías. La idea siempre me chocó; me parecía una actitud contraria a la dignidad de las personas y una falta total de modestia y de ética eso de exaltar o promover nuestras propias virtudes. Sin embargo, la idea fue abriéndose paso y ahora hasta el más humilde artesano, prestador de algún servicio, profesionista y no se diga político, requiere de exaltar sus propias cualidades para ser aceptado o para conseguir un contrato, obtener un empleo y hasta para estar seguro de que existe.

La abundancia de textos al respecto lo corrobora. Un avance de esta ola que barre a la sociedad consumista de hace unos años a la fecha es la llegada de la discutible idea al mundo de la política. Fue por imitación que se impuso esa moda entre quienes aspiran o disfrutan algún cargo público. Recuerdo muy bien al primer candidato a diputado, por el PRI, por supuesto, que por vez primera colgó en los postes carteles de colores; la propaganda política anterior empleaba una pocas pancartas o banderolas en blanco y negro que grupos de acarreados blandían en las concentraciones o marchas de los
candidatos. La inundación ha seguido avanzando y un caso ejemplar o emblemático, uno de los extremos a los que se ha llegado, es el del actual presidente Enrique Peña Nieto, del que se ha dicho reiteradamente que es un producto de la televisión, que pudo y supo vender su imagen, como si fuera una mercancía, con exageraciones y como centro de la campaña permanente: su apariencia personal, forma de vestir, trajes, corbatas y estilo de peinado que se han hecho su emblema. De los años setenta, recuerdo al primer candidato que inició la moda de carteles a color; antes era en blanco y negro o a lo más, azul sobre blanco en la propaganda panista de entonces; fue pillado por oportuno fotógrafo de la Cámara de Diputados acomodado en su curul y profundamente dormido; este espectáculo fue motivo de acres comentarios, críticas y chistes a costa del diputado dormilón,
pero su ejemplo cundió y hoy muchos políticos llegan a cargos públicos por la exaltación que hace de ellos la publicidad; no tienen ni la capacidad ni los conocimientos ni la entereza para ser buenos representantes populares, pero sí imagen, muy buena imagen. De antemano, los votantes, destinatarios de la publicidad, saben que se les miente abiertamente o cuando menos que lo que dicen carteles, espots, jingles, espectaculares, lonas, volantes y hasta entrevistas previamente grabadas y editadas está tan exagerado que, si no es falso, está muy cerca de serlo.  A la presentación de mercaderías exaltando sus virtudes más allá de la verdad se le llamó dolo bueno, paradoja que se admitió por considerarse implícito que los clientes posibles no se iban a dejar engañar creyendo a ciegas lo que los vendedores les exageraban.   

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