EL PLAN DEL G-7 DE REDUCIR EMISIONES
ES INCOMPATIBLE CON LA
META BUSCADA.
EL INCREMENTO DE CO2 YA REBASA
400 PARTES POR MILLÓN
(PPM) Y SIGUE
EN AUMENTO.
Escribe
ALEJANDRO NADAL (*)
Fuente
“La Jornada” de México
24 de Junio 2015
(*)ALEJANDRO
NADAL es Doctor en Economía por la
Universidad de París y Profesor de Teoría Económica del Colegio de México. Miembro del Consejo Editor de Sin Permiso y
columnista permanente en “La Jornada” de México. Conferencista y Periodista que
publica en importantes medios de Europa y América. Trabaja en un libro sobre
macroeconomía. Sustenta que esta no es crisis económica, sino que es
estructural del sistema.
La última reunión del G-7 terminó
con una declaración sobre la necesidad de descarbonizar la economía global. La
última encíclica papal Laudato Si’ constituye un llamado de atención sobre la
urgencia
de afrontar el desafío del cambio climático. Lo anterior parecería
anunciar una convergencia de fuerzas para que la próxima conferencia de las
partes (COP21) de la Convención marco sobre cambio climático de Naciones Unidas
desemboque en un nuevo tratado internacional capaz de reducir emisiones de
gases de efecto invernadero (GEI) y garantizar la adaptación frente a los
estragos del cambio climático.
La declaratoria de los países del G-7 tiene
fuertes defectos y una virtud. Los participantes adoptaron el compromiso de
reducir sus
emisiones de GEI entre 40 y 70 por ciento para 2050 y de
descarbonizar la economía global en el transcurso de este siglo. También
acordaron mantener la meta de limitar el aumento en la temperatura global a un
máximo de 2 grados centígrados respecto de los niveles anteriores a la
revolución industrial. Ese aumento de temperatura es un umbral más allá del
cual se podría pasar a los cambios peligrosos.
Desgraciadamente el G-7 no
anunció un calendario con efectos
vinculantes y metas cuantitativas para los
integrantes del grupo. El objetivo general de eliminar las emisiones de GEI
asociadas al uso de combustibles fósiles es el principal elemento positivo del
mensaje. Por primera vez este grupo de países coloca sobre la mesa de
negociaciones una meta tan ambiciosa. La señora Merkel, con su doctorado en
física y su muy extraño papel en la crisis europea, puede vanagloriarse de
haber alcanzado este resultado gracias a su insistencia.
Pero aunque la
cancillería alemana había anunciado su pretensión de
eliminar los combustibles
fósiles en la economía global para 2050, no pudo vencer la resistencia de
Canadá (con sus grandes depósitos de arenas bituminosas) y de Japón (que
todavía no sabe qué hacer con su perfil energético a raíz del desastre de
Fukushima). El plan de reducción de emisiones del G-7 es modesto, lento e
incompatible con la meta de limitar el incremento de temperatura. En la actualidad
la concentración de CO2 en la atmósfera ya rebasa 400 partes por millón (ppm) y
sigue en
aumento.
Hay que recordar que sería necesario estabilizar la
concentración por debajo de 400 ppm para tener la confianza suficiente de que
el aumento de temperatura no rebasaría los 2 grados centígrados. Hoy la
concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera sigue en aumento y
los problemas se multiplican. La capa de permafrost en las regiones polares
contiene grandes cantidades de material orgánico, cuya descomposición liberaría
dióxido de carbono y
metano. El metano es treinta veces más eficaz que el CO2
para capturar radiación infrarroja. El congelamiento detiene la descomposición,
pero a medida que se descongele el permafrost la descomposición aumenta y con
ella la inyección de gases de efecto invernadero, constituyendo así un
peligroso círculo vicioso.
Se calcula que 25 por ciento del territorio del
hemisferio norte es permafrost y por ello la contribución al calentamiento
global
proveniente de la desaparición del permafrost sería comparable a la
provocada por la deforestación del bosque tropical. Estudios recientes indican
que la capa de permafrost se está descongelando más rápidamente de lo que se
pensaba hasta hace pocos años. La encíclica papal del 24 de mayo no se limita,
como erróneamente se ha considerado por muchos, al tema del cambio climático.
Este documento aborda la problemática de la justicia y la sustentabilidad en el
sentido más amplio. Junto a las dimensiones ambientales del ciclo de agua, el
cambio climático y la
pérdida de biodiversidad, la encíclica aborda el tema de
la desigualdad y la injusticia (incluida la asimetría en la distribución de los
efectos negativos de la degradación ambiental). En el ámbito del cambio
climático la encíclica incluye tres puntos sobresalientes. Primero, el clima es
un bien común. No es propiedad de un grupo de naciones o de las grandes
empresas del planeta. Segundo, el documento recupera el principio de
responsabilidad diferenciada, principio que se
ha venido desdibujando en las
negociaciones internacionales.
El tercer punto es más amplio: el deterioro
ambiental y la degradación de la vida humana van de la mano. La encíclica papal
arremete contra las desigualdades internacionales y señala que en el plano de
la globalización neoliberal constituyen un instrumento de dominación. Por eso,
la verdadera sustentabilidad ambiental sólo podrá lograrse por medio de la
justicia
a través de un debate en el que se pueda escuchar el llanto de la tierra
y el llanto de los pobres.
La encíclica critica el afán de lucro de la
especulación financiera y el crecimiento, pero es poco consistente en su
análisis sobre el papel del crecimiento en las economías capitalistas. Ojalá
pueda frenar los planes de convertir el desastre climático en oportunidades de
negocios, porque de lo contrario el gemido de los pobres se convertirá en
rugido implacable.
(…la nota está
completa aquí)
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