ANALISTAS, EMPRESARIOS, SOBRE TODO LOS
GOBIERNOS,
INSISTIERON TANTO EN LOS
EXTRACTIVISMOS
COMO FUENTES DE RIQUEZAS ECONÓMICAS Y BIENESTAR,
QUE AMPLIOS
SECTORES SE LO HAN CREÍDO.
Escribe
EDUARDO GUDYNAS (*)
Fuente “ALAI”
28 de Julio 2015
(*)EDUARDO GUDYNAS (Uruguay, 1960). Ecólogo Social. Formado
en Facultad San Buenaventura de Roma, con una tesis sobre el movimiento
ambientalistas en América Latina.
Secretario Ejecutivo del Centro Latino Americano de Ecología Social
(CLAES) profesor visitante en cursos de varias universidades. Entre ellas la
Universidad San Andrés, La Paz (Bolivia), Universidad Nacional F. Villarreal,
Lima (Perú), Universidades de Buenos Aires (Argentina), Santiago (Chile), la
Universidad de Campinas (Brasil), Quito (Ecuador). Georgia, Athens el College of the Atlantic y el
College of the Atlantic (EE.UU.), Wirtschafts universität Wien (Austria)etc. Periodista
y escritor.
Poco a poco está quedando en evidencia que los actuales
extractivismos avanzan en un contexto de creciente violencia. Esto no
es una
exageración: se apela a distintas formas de violencia para imponerlos y
protegerlos, y es cada vez más frecuente que la movilización ciudadana quede
también atrapada en ella. Esta deriva no puede resultar sorpresiva. Tengamos
presente que el avance de los extractivismos por medio de emprendimientos tales
como la megaminería a cielo abierto, la explotación petrolera en la Amazonia, o
los monocultivos, tienen enormes impactos sociales, económicos, territoriales y
ambientales. Muchas comunidades locales se oponen a
ese tipo de explotación de
los recursos naturales. Los promotores de esos emprendimientos, sean empresas o
gobiernos, deben presionar cada vez más para poder imponerlos. En unos casos
eso resulta en una violencia de baja intensidad, pero persistente, como puede
ser acallar a los líderes ciudadanos, lanzar campañas de descrédito contra
grupos sociales, o criminalizar sus movilizaciones. Entre los ejemplos
más
conspicuos está Perú, donde bajo el gobierno de Ollanta Humala, ya han muerto
60 personas en conflictos sociales (los tres más recientes debido a las
protestas contra el proyecto minero Tía María, lo que llevó a declarar el
estado de sitio en esa zona en mayo de 2015). En otros casos, son sicarios los
que asesinan a líderes locales, como ha ocurrido en Colombia o Brasil. Como
muchos actores, desde analistas a empresarios, pero sobre todo los gobiernos,
han insistido tanto pero tanto en difundir los mitos de extractivismos como
fuente de enormes riquezas económicas y
bienestar, hay amplios sectores que se
lo han creído. Entre los convencidos están los que abandonaron sus prácticas
rurales para lanzarse a la minería, comunidades que hicieron tratos con
petroleras o agricultores familiares que se endeudaron para comprar la nueva
tecnología de la soja. Algunos de ellos consiguieron aumentar sus ingresos
económicos en tiempos de altos precios de las materias primas. Pero eso también
contribuyó
a fomentar otro tipo de violencias, donde unos grupos se enfrentaban
a otros por acceder, por ejemplo a un yacimiento minero. Se generaron así
situaciones muy complejas, donde comunarios se enfrentan unos contra otros, los
que quieren más minería contra los que la rechazan, o mineros que invaden
predios de otros mineros, y a todo esto se le agrega el accionar de la policía
o fuerzas de seguridad privadas vinculadas a las empresas. Casos emblemáticos
fueron los duros enfrentamientos entre grupos locales alrededor de la mina
Mallku Khota, o las peleas
por controlar el yacimiento de oro de Arcopongo,
ambos en Bolivia. Por si esto fuera poco, se siguen agregando procesos. La
caída de los precios de las materias primas hace que muchos despierten de sus
sueños económicos, y como la sombra de la pobreza regresa, algunos salen a
protestar a las calles, se movilizan y exigen que los gobiernos les compensen
de alguna manera ante la caída de los mercados globales. Están reclamando por
aquellas promesas de
riqueza y bienestar que les hicieron, y a veces recurren a
la violencia. Los gobiernos, a su vez, reaccionan como casi siempre lo han
hecho, también respondiendo con su propia violencia. Esto está ocurriendo en
estos días en Bolivia, con la movilización de grupos ciudadanos y
cooperativistas mineros desde Potosí hacia la ciudad de La Paz. Estas
situaciones muestran que, por distintas vías, los extractivismos
generan y
potencian la violencia. Desde el Estado se ha apelado repetidamente a ese
recurso para imponer emprendimientos que, si se hubieran cumplido seriamente
las evaluaciones ambientales, las consultas ciudadanas, o la contabilización de
sus reales costes económicos, nunca hubieran sido aprobados. Hay comunidades
que han resistido como han podido a ese empuje, sufriendo esa violencia,
viviendo la cotidianidad de una “política” violentista. Por ello hay veces que
recurren también a la violencia, o bien porque han sido acorraladas, o bien
porque ese es el tipo de política que han visto por décadas. A medida que ahora
se suman los que quieren todavía más extractivismos, las caídas hacia la
violencia se potencian.
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