"DEL SOL A PLOMO,SE CUBREN CON SÁBANAS,
TOALLAS:
NÁUFRAGOS DE DARFUR, ESCAPAN DEL ESTADO ISLÁMICO,
DE LAS MAFIAS DE
SOMALIA Y DE LIBIA,
DEL TRAICIONERO JUEGO DOBLE DE TURQUÍA..."
Escribe
HERMANN BELLINGHAUSEN(*)
Fuente
“La Jornada” de
México
Domingo 10 de Agosto 2015.
(*) HERMANN
BELLINGHAUSEN (Ciudad de México, 1953) Estudio
medicina, aunque actualmente se desempeña como periodista, narrador, poeta y
editor mexicano. Graduado en la Universidad Nacional Autónoma de México. Autor,
entre otros trabajos, de "La Memoria Herida" a propósito del tema de
las violaciones a los Derechos Humanos. Como periodista participa en
importantes medios de la prensa alternativa, del Continente y de Europa..
En un punto áspero de la costa mediterránea de Europa,
Ventimiglia es de esos lugares donde las cosas dejan de ser lo que eran y se
convierten en otras. Inundada de migrantes sirios y africanos que aquí quedan
atorados, a las puertas de una Francia que les niega la entrada, se ha convertido
en una frontera de lo imposible. Este poblado costero de Italia no sólo limita
su país con el sur de Francia; es también donde la insondable cordillera de los
Alpes se acerca más al mar. Y hoy, donde África toca las puertas del cielo
(diría Dylan).
En este escenario, sin nieve en las montañas al fondo por la
canícula, deambulan, acechan, se escurren, acurrucan y atrincheran grupos de
tres o cuatro migrantes o hasta más, entre la estación de tren y la playa a
cuatro cuadras,
haciéndole a la vida. Varados en las escarpadas rocas de la
costa (hasta la playa en Ventimiglia es de piedras, no de arena), cientos de
personas, la gran mayoría varones, de piel oscura y equipaje mínimo, pasan el
día y la noche en el territorio de las gaviotas, esperando. A sus pies el
Mediterráneo revienta con fuerza. Ya lo conocen, ya lo sobrevivieron. Bajo un
calor propio de sus desiertos o trópicos originarios, la espera se rostiza
bastante, casi como para invocar la palabra infierno.
¿O limbo? ¿Purgatorio? Apiñados en los brazos y escolleras
de la costa, tampoco se piense que andan sin teléfono celular, así que
conalguien se comunican ellos, los parias, los nadie, los borrados. Para alguien
existen pese a todo. Ventimiglia es una localidad modesta, comparada con Niza o
San Remo. Con 20 mil habitantes, es destino turístico de la clase media y poco
más. A 40 kilómetros de la aristocrática Niza, en la ruta de la Costa Azul, la
aristocrática Cannes y la excepción geopolítica de Mónaco, un principado catrín
para catrines, en su orilla alberga elocuentes concentraciones de individuos de
diverso origen:
sudaneses, eritreos, senegaleses, sirios, nigerianos y otros,
contenidos por una blindada policía francesa a la que cada tanto se enfrentan
con gritos de desesperación.
Italia, alzándose de hombros, los deja atravesar su
territorio aunque no traigan salvoconducto para la Unión Europea. Pero la
Republique sí activó el dique legal y represivo, temiendo quizás que una vez en
Francia los migrantes se lancen al túnel de Calais, el siguiente tapón
para el
continuo flujo de los desposeídos, que apenas tienen nombre y ningún derecho,
ni siquiera al asilo político o humanitario. ¿Para terminar en un campo de
concentración inglés como en Los hijos del hombre, de Alfonso Cuarón? Frazadas
y colchones abandonados por lugareños tal vez compadecidos permiten que algunos
migrantes descansen mejor sobre las rocas desnudas.
Se turnan los colchones y se reparten los ratos de sueño. Si
llueve, como en junio, se mojan. Circularon sus fotos bajo plásticos. Del sol a
plomo, como ahora, se cubren con sábanas, toallas o kufiyyas: los náufragos de
Darfur, los perseguidos por Boko Haram y el Estado Islámico, las víctimas de
las mafias de Somalia y Libia, del traicionero juego doble de Turquía, del
expansionismo israelí, de la sequía y las inundaciones. Mirado desde otro
ángulo, son el producto final del floreciente mercado de armas fabricadas por
Occidente para los ávidos mercados de la debacle post colonial tardía de África
y Medio
Oriente.
Los que carecen de permiso para transitar por la Unión
Europea se lanzan a Ventimigia y a ver luego. Mientras, embarcaciones osadas y
no pocas veces criminales siguen cruzando el mar, y sus tripulantes son
pescados literalmente, y como sardinas empacados. Más de dos mil se han ahogado
en 2015. Las costas de Liguria reciben el impacto migratorio de los verdaderos
náufragos de Liguria (ecos de Emilio Salgari).
Estas costas que han transitado espectacularmente James
Bond, Cary
Grant (en To Catch a Thief, de Hitchcock), la Pantera Rosa, las
chicas de Eric Roemer y tantos clásicos, hoy ofrecen el espejo invertido de
Europa. Algunas autoridades de la Unión Europea proponen que los migrantes sean
absorbidos por los países de manera proporcional. Pero ahí es donde la puerca
tuerce el rabo. La Europa del norte no quiere absorber al sur oscuro, qué tal
si éste absorbe a Occidente. La histeria y la tensión racista se calientan sin
tregua.
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